jueves, 13 de junio de 2019

Escritura y mediación, deseos encontrados.


Charla dentro del ciclo Encuentros Entre Palabras en el stand del Congreso Nacional, FILBA 2019.


Quería empezar ese encuentro, así, directo, leyéndoles un poema:

Hay gente que leyendo
se aleja de la costa
y se zambulle en un bote sin fondo.

Hay gente que leyendo 
contradice la ley de gravedad.

Una torre de libros 
es capaz de aplastarme 
aunque no se derrumbe
pero si en uno de esos 
yo me encuentro 
era ese el que importaba.

(…)

Una torre de libros 
puede caerme encima
pero el libro que importa
es ese al que entro pez 
y salgo pájaro.

(…)

Iris Rivera


Este es un fragmento de un poema de Iris Rivera, no lo escribí yo –me hubiera encantado-. Ella lo posteó hace unos días y el poema me encontró cuando estaba preparando esta charla, así que se lo pedí prestado, y maestra de muchos años, me dio su permiso generosamente para compartirlo con ustedes.
Lo elegí para comenzar porque contiene una visión, entre tantas, pero esta vez de un escritor, acerca de lo que un lector es, de lo que un libro es, de lo que la literatura es. Lo que con la literatura pasa.


Y esa visión, preocupación y posterior ocupación de un autor, puede expresarse como en este caso en una creación literaria, en belleza poética; puede convertirse en material teórico, ensayos, conferencias, ponencias en congresos; puede también convertirse en acciones que exceden la formas artísticas y académicas, y que son los actos de mediación propiamente dichos, donde un cuerpo, un mediador, toma un libro y se lo presenta a otro cuerpo, un lector.

Esto que digo, puede parecer una obviedad, si pensamos una lista prolija de posibles mediadores (digo prolija, porque no voy a incluir la lista espontánea y eterna de vecinos, tías, almaceneros, porteras, enfermeros, etc.). Decía, en una lista prolija de mediadores podríamos nombrar: a la familia, instituciones educativas, maestros, bibliotecarios, editoriales, activadores culturales, revistas especializadas, librerías, ferias del libro, encuentros con escritores -justo como acá, ahora- y precisamente se ve al escritor como mediador dentro de esta clase de encuentros.
El escritor lleva en estas actividades un rol de mediador implícito.
Y también se lo considera un mediador implícito en la promoción de sus propios libros: presentaciones, visitas a escuelas, firmas en ferias, entrevistas, etc.
La cuestión es cuando el escritor se propone ser mediador ampliando este círculo de su propia producción literaria.

La pregunta sería qué le pasa a un escritor cuando el deseo, la preocupación, la ocupación de que otros lean y hasta escriban es tan fuerte como el propio deseo de leer y de escribir, idealizado el “escribir” tantas veces como algo tan necesario como respirar.
Pensar un escritor que está dispuesto a ceder horas de escritura, de corrección, de trabajo para decirlo amablemente “nalga-silla”, que es el real trabajo de quien escribe, para dedicarse a capacitarse en mediación, en participar de programas de promoción de lectura, en actividades en distintos espacios, en poner el cuerpo para mediar.

Dos roles

Me interesaba contarles en esta charla mi camino entre estas dos actividades, no para relatar mi curriculum o una biografía, sino para compartir el proceso de cómo se presentaron estos dos roles en mi experiencia y especialmente para que cada uno pueda verse a sí mismo, quienes ya practiquen alguna o las dos actividades, o incluso puedan descubrir ese deseo, esa preocupación que pueda transformarse en acción.
En mi caso, ambas cosas, mediación y escritura, vinieron mezcladas, siguen mezcladas, definitivamente.
Mi primer oficio es el de redactora publicitaria; trabajo todavía como redactora free lance y por eso escribí desde siempre todo el santo día, pero no con fines literarios, sino institucionales y comerciales.
Como escritora mi camino no es muy distinto al de la mayoría, empezando por los diarios íntimos, hasta la poesía en la secundaria y seguido a eso los talleres literarios, pero cerca de los treinta me independicé laboralmente y eso me dio un bien muy preciado: tiempo.
Empecé entonces a estudiar el profesorado de lengua y literatura, al mismo tiempo que comencé un taller de capacitación con María Inés Bogomolny, que coordinaba en ese momento el proyecto "Leer es contagioso" del Plan Nacional de Emergencia Alimentaria, del Ministerio de Desarrollo Social, y que se desarrollaba en espacios comunitarios.
Ese fue mi primer contacto con la Literatura Infantil y Juvenil y también con la mediación, aunque ni supiera que era eso.
Ahí, en ese preciso instante, se me abrió un mundo, que hoy más de quince años después me aviva, así como un carbón cuando lo soplan, me emociona, interpela y lejos de ir agotándose, se expande y desdobla hacia múltiples e impensados lugares, como esta charla hoy.
En el taller de Leer es contagioso, explorábamos una caja llena de libros, que era la misma que iba a comedores, jardines, bibliotecas, hospitales y centros de salud, y que en ese momento yo no terminaba de dimensionar, en calidad de autores, editoriales, colecciones.  
Después de un año de trabajo formándome en ese espacio, no me quedé quieta, y como aún seguía con tiempo, busqué dónde implementar lo aprendido y por un contacto de mi hermana, que en ese momento era residente el Hospital Piñero, conocí a Marisa Snaidman, psicopedagoga e integrante del equipo de salud mental CESAC N° 14, en Villa Lugano.
Con ella creamos, planificamos y coordinamos  “Leer Tiene Turno”, que fue un Programa de Promoción de la Lectura y el Libro Infantil y Juvenil en Salas de Espera, dentro del Programa de Juegotecas en Salud.

El turno de leer

Los chicos junto a los adultos asistían a los turnos que tenían con los médicos y en la sala de espera funcionaba una juegoteca a la que sumamos una suerte de biblioteca con un armario lleno de libros que estaban en la institución, pero no se usaban.
Como suele ocurrir eran donaciones, mucha revista, enciclopedia, pero también había algunos tesoros. Yo sin tener la más mínima experiencia, los catalogué, o hice una lista, digamos, para saber qué había, agruparlos, arreglarlos, acondicionarlos.
Al principio el mueble que teníamos no estaba en el mismo lugar y los chic@s los tenían que venir a buscar, pero luego habilitamos otro mueble en la misma sala de espera y se podían servir.
Y además, también llevábamos nuestros libros, los de los integrantes del equipo.
Los libros eran para disfrutar junto a los papás o adultos que acompañaban a los pacientes. Desde el equipo también acompañábamos, pero la propuesta era propiciar el vínculo entre adultos y niños. No se podían llevar -salvo casos muy puntuales-, pero como muchos niños realizaban tratamientos prolongados y además asistían a la juegoteca, el vínculo de continuidad con los textos y el espacio era muy natural.
El programa se desarrollaba los miércoles por la mañana y algo muy importante -que tampoco yo dimensionaba en ese momento- era que luego del horario con los niños, hacíamos reunión de equipo para evaluar y registrar las experiencias, y ahondar en los títulos con los que trabajábamos. Qué nos gustaba, qué no, que nos había funcionado, qué no, y en esa interrelación seguir encontrando nuevos sentidos.

Hacer literatura más que enseñarla

Este programa duró tres años, que fueron los que yo duré en el profesorado, tres o cuatro años, a mi ritmo, porque en ese proceso me di cuenta que en vez de enseñar literatura quería hacerla, quería escribir. Ya la hacía o ya lo intentaba, pero el camino se veía más claro en la Lij.
Así empezaron los años de talleres Lij: la escritura, la escritura, la escritura; la formación, la escritura, la escritura, la escritura.
Y por si fuera poco, años después me interesó, además de escribir, intentar publicar, así que nalga-silla, nalga-silla, nalga-silla.
Más años y algún cuento en alguna antología y más nalga-silla. Y algunos cuentos en revistas y más tiempo y más nalga-silla y ganar algún concurso y más tiempo y más trabajo hasta un primer libro de poesía.
“Un libro con tapitas”, como dice una escritora amiga, Gabriela Vidal, y si bien fue un tiempo muy abocado a profesionalizar mi escritura, el deseo y la alegría de la mediación sucedía en simultáneo.
Porque ocurre que en medio de todos estos años también había tenido una hija, entonces vino esa relación con la literatura infantil que nos impone lo vital de los vínculos cercanos con los niños: el jardín, la escuela, la cooperadora, la biblioteca popular…

Coordinar talleres también es mediar

Y como si fuera poco o me sobrara tiempo, justamente a partir de la biblioteca popular donde colaboro, surgió la posibilidad de coordinar talleres de escritura.
En principio lo rechacé, uno nunca se siente preparado para esos pasos, pero me convencieron y ya van tres años, de coordinar un grupo en mi casa y en una librería especializada en LIJ, en capital.
Esta es otra gran actividad de mediación, aunque parezca inicialmente de escritura. Tomo la premisa que no inventé yo, y es que escribimos porque leemos, somos lectores que escriben y no al revés, escritores que leen.
Ya había pasado bastante tiempo y todo esto que comenzó casi sin querer (por el tiempo libre que me había dejado la publicidad), lejos estaba ya de ser algo espontáneo, con lo cual con colegas que estaban en situaciones similares de escritores-mediadores reflexionamos y escribimos sobre nuestras prácticas que fue otro gran paso de crecimiento y hasta nos animamos a exponerlas en las Jornadas de Jitanjáfora en forma de ponencia.

Mediar, mediar, mediar

Todo este camino que empezó con un Programa de promoción, se va cerrando o empieza a dar otra vuelta, al integrar como voluntaria Puente de Libros, Programa de promoción de lectura en contextos de encierro y espera, donde estoy trabajando desde el año pasado en el penal de Devoto con familiares, y prontamente comienza una instancia intramuros con los internos. El Programa está a cargo de Marisa Vidal Varela, también escritora, depende del Ministerio de Justicia y Derechos humanos y tiene algo en común con Leer es contagioso y Leer tiene turno, que son las permanentes instancias de capacitación pre y post encuentros, cómo, qué para qué, por qué, nos preguntamos todo el tiempo, y esto es algo fundamental, porque la promoción de la lectura tiene una parte de espontánea y de muchas buenas intenciones, que en la medida que la internalizamos, debemos complementar con capacitación.
Hoy participo en Puente de Libros, porque a Marisa Vidal Varela la conocí en Alija (Asociación del libro infantil y juvenil de Argentina), que es lo me que lleva a estar hoy acá, y con quien pensamos, creamos y promovemos las más diversas actividades de promoción y mediación de lectura, desde las más obvias y transparentes, hasta más complejas y articuladas con variados actores, como la Biblioteca del Congreso, por ejemplo.

Escritores tapas para adentro o tapas para afuera

Cuento toda esta historia mía, así muy condensada, porque hay un pensamiento que fui construyendo durante los años en que empecé a relacionarme con la LIJ y en la práctica de mi propia escritura, y es la idea de que un escritor puede pensarse como escritor de tapas para afuera o escritor de tapas para adentro.
El escritor tapas para dentro es el que escribe, y su tarea puede ser creadora, creativa, intensa, de una búsqueda estética, profunda y comprometida hasta el punto final de la última página. Eso es en sí mismo correcto, deseable, loable y para mí imprescindible.
Ahora bien, el escritor tapas para afuera es el que no considera su trabajo terminado en el punto final del libro, cuando lo cierra, sino el que trabaja por fuera en el rol de mediador, sea en su propio texto, en el de otros, en el acto de mediar, en el acto de formar, capacitar, más o menos formalmente, participar y cuestionar, sea a la literatura, a las instituciones, la industria, el mercado.
El escritor tapas para afuera se sale del centro, de su condición de autor, para correrse a los márgenes, para rodear, merodear, en un hacer en el que cuando media el protagonista es el libro. Una relación que pasa de “escritor a lector” como se promocionaba esta feria hace unos cuantos años que se decía “el libro del autor al lector” a una relación de “lector a lector”.
Ocurre que muchas veces el autor es puesto en un lugar de sapiencia, de poseedor de la verdad, sobre sus propios textos e incluso los de otros autores, géneros o la literatura en general. El acto de mediación conlleva ubicarse en un lugar de humildad, de respeto hacia quien recibe, bajarse del podio de autor para transformarse en un “pasador de libros” como dice Michelle Petit.
Esto, por supuesto, no se trata de juzgar si está bien o está mal ser escritor tapas para adentro o tapas para afuera. Se trata de lo que a mí como escritora me completa.
Porque me da tanto placer escribir. como pensar y propiciar el acercamiento a los libros y la lectura, como una posibilidad de que otros construyan sentidos para leer el mundo, como diría Graciela Montes. Pensar en que alguien disfrute tanto un libro como para querer haberlo escrito o más aún desear escribir un texto propio.

El encuentro con "ese" libro

Otra relación posible entre escritura y mediación es la idea de que en la vida de los escritores, los primeros encuentros con los libros, directos o mediados, suele remitir al momento mítico en que el escritor se hace escritor. Considero esa noción verdadera, aunque posiblemente un tanto idealizada, y fundamentalmente no menos real que el momento mítico en que alguien no lector quedará signado por una experiencia que torcerá su camino hacia la lectura.
En mi historia, el mediador emblema de mi vida fue mi papá. El tenía sexto grado, era un gran lector, socio del círculo de lectores, e hizo solo dos cosas para ser mi referente indiscutido, leer mucho él a mi vista y comprarme siempre que pudo libros de la colección Robin Hood.
Me los presentaba organizando búsquedas del tesoro, nunca más literal, porque me dejaba pistas bajo la almohada, tras los marcos, en los cajones, para llegar a encontrar ese premio amarillo oro. Así fueron, Mujercitas, Rosa en Flor, Bajo las lilas, Corazón, La soberana del campo de Oro, Tom Sawyer…y más tarde llegaron los rojos y azules de la colección Billiken y quién me iba a decir a mí que iba a publicar algunos cuentos en la revista.
Tener presente esa emoción que marcó mi infancia y marca hoy mi recuerdo es lo que también me lleva a repartirme, a ser una escritora incipiente, que se desdobla en mediadora según la ocasión. Porque propiciar esa transformación del lector que entra a un libro siendo pez y sale pájaro, como dice Iris en su poema, es la misma búsqueda del acto de escribir como movimiento, que propone María Teresa Andruetto, como camino para quien escribe y para quien lee.

Mediar es provocar en sus dos sentidos

Llamé a esta charla Escritura y mediación, deseos encontrados como una provocación, para que quien lo leyera se figurara una cosa o la otra, pero en verdad son deseos encontrados, no por opuestos, sino porque tanto la escritura y la mediación son haceres que buscamos y encontramos  o que muchas veces nos encuentran, como me encontró el poema del principio en el muro de Iris Rivera.
Y en mi propio andar, además de deseos “encontrados”, gracias al camino que uno viene transitando, son también deseos cumplidos. Muchas gracias.




1] Petit, Michelle. Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura. Fondo de Cultura Económica. México, 1999.



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