miércoles, 25 de noviembre de 2020

El fútbol para mí no existe, pero Maradona sí.

 

Hoy murió Maradona y no sabía que lo llevaba tan adherido a mi historia. Más, cuando el fútbol no ha sido parte de mi vida familiar pasada ni presente. Pero corriendo las horas, recordé un cuento inédito. No se trata directamente de él, pero que está, está. Ustedes dirán.


Héroes

 

Los gansos lo tenían rodeado.

Como no podía moverse, solo podía pensar, y nunca, nunca, nunca, iba a perdonar a sus padres.

A su papá, tal vez; pero a su mamá, nunca.

Los gansos lo tenían rodeado y adentro de esa jaula de plumas seguía pensando. Su papá: hijo, nieto y bisnieto de españoles, Paredes de apellido, y bueno, eso viene de nacimiento. Pero su mamá, y la promesa que le había hecho cuando era chica a la Virgen de no sé dónde en la final del Mundial 86’. Que si Argentina ganaba, que a su primer hijo le ponía Diego. Por Diego Maradona, ese que dicen que es mejor que Messi. Y que cuando veinte años después se enteró de que iba a tener un varón, que Diego ya se llamaba su sobrino y que no le iban a poner al recién nacido el mismo nombre que a su sobrino. Y que una promesa es una promesa, y que qué tal si le ponían Armando… y conclusión: Armando Paredes, presente.

Los gansos lo apuntaban con sus cuellos de escopeta y Armandito nunca iba a perdonarles a los padres ese nombre. Es que Armando Paredes no armaba nada, al contrario, desarmaba. El chico tenía el récord de entradas al hospital por llegar con elementos extraños metidos en cualquier parte del cuerpo: tapitas en la nariz, monedas en el estómago, perillas en el ombligo: era un desarmador nato.

Armando no tenía nada contra los que armaban paredes, pero él estaba para otra cosa. El no quería armar, quería desarmar y crear algo nuevo con lo desarmado. Era lo que bien se dice un inventor y tenía muchos prototipos. Su último invento eran unas suelásticas metasónicas autoadhesivas. Las suelásticas tenían una función secreta, aún en etapa de prueba, y además una función práctica: aseguraban una protección permanente contra el frío en la planta de los pies, sin tener que poner y sacarse las medias. Y si fallaban en su objetivo protector, venían con unos tapones tímpanosiliconados, fabricados con restos del audífono de la abuela, que activados en su función inversa, impedían oír a su mamá gritándole todo el día que no anduviera descalzo. 

Y… sí, la madre quería verlo siempre con medias puestas, pero no cualquier media, sino las de fútbol. Tenía catorce pares y cada vez que desarmaba un par porque necesitaba hilo o elástico para algún invento, aparecían dos pares nuevos. Si tenía catorce pares de medias, las remeras serían unas veintiocho, y los shores, cincuenta y seis. ¡Es que hay que tener una pasión en la vida, hijo, y qué mejor que el fútbol, pasión de multitudes!

La pasión de la madre de Armandito era apasionarlo a él. Cuando destruyó el celular del padre para desarmarle el micrófono, ¿cuál fue la consecuencia? La N° 5 del último mundial. Armandito necesita más desgaste físico, Daniel, vas a ver cuando vuelva bien cansado, si le quedan ganas de andar desarmando cosas.

Y cuando ganó el intercolegial de ciencias por su borratizador robótico, ¿cuál fue el premio mayor? Lo anotaron en la Escuelita de Fútbol.

          Y por el fútbol y por el nombre y porque habían ido a ese parque maldito al torneo de la escuelita, es que estaba a punto de ser atacado por una manada de gansos salvajes. Porque lo echaron por agarrarse a trompadas cuando le gritaron si armaba paredes de troncos. Porque le dijo a los padres que no quería ir más a fútbol, y la madre ¡pero Armandito!, ¡no te lo dicen en serio! ¿Mirá si los héroes del 86’ hubieran reaccionado así con lo que gritaban los alemanes? ¡Hijito, no seas ganso!

Y bueno, si era un ganso, se iba con los gansos, ahí, al lago del parque. Así que caminó arrastrando la bandera de ese club de porquería y se sentó entre los pajarracos a tirarle migas del Paty consuelo que le había dado el padre. Y parece que a los gansos les gustaba el pan de Paty y no le alcanzaron las migas para todos y ahí estaba, rodeado de gansos asesinos, que chillaban más que la madre cuando lo alentaba en la cancha.

Como no podía moverse, se ató la bandera al cuello para protegerse de los futuros picotazos y nunca, nunca, nunca iba a perdonar a sus padres. Aunque lo mandaran al taller de ciencias que pedía hace un año, aunque le aseguraran que a fútbol no iba más.

Y porque no podía moverse, sintió claramente cuando el suelo empezó a vibrar. No era un terremoto y no podía ser otra cosa. Se había activado la función ultrasecreta de las suelásticas que tenía puestas.

¡Funcionaban! Las había creado para cuando sus compañeros de equipo lo corrían a la voz de “Patadura” y las suelásticas eran detectoras de sudor aterrorizado.

¡Comenzaba a despegar del suelo impulsado por su descubrimiento de micropartículas sudoríparas en fricción!

¡Estoy volando! ¡Estoy volandoooo! ¡Ya no soy un chico común!, ¡¡¡soy un superhéroe!!!

¡Inventores del mundo, yo me arriesgaré en misiones imposibles para lograr el desarme nuclear! ¡Yo desarmaré los dispositivos de caza de los animales en extinción! ¡Pataduras del mundo, tienen desde hoy quien los rescate de las pasiones ajenas!

Un rayo de luz cruzó el firmamento y Armandito nunca escuchó a la madre cuando codeó al padre y señaló el cielo al grito de ¡Barrilete Cósmicoooo!

Estaba demasiado lejos y además, puños cerrados hacia adelante, el trapo hecho capa, pelo pegado a la frente, solo pensaba en su nuevo nombre. Ya no tenía que preocuparse por llamarse Armando Paredes porque esa sería su identidad oculta, como Bruno Díaz de BatMan,  Clark Ken de Superman o Peter Parker de Spiderman. Ya no tenía que preocuparse porque él era más que cualquier héroe del fútbol, era el nuevo superhéroe argentino y desde hoy todos lo conocerían como ¡AAAAR-MAAAAAAN!!!







martes, 26 de mayo de 2020

El miedo de escribir algo de miedo


No es sangre lo que corre por mis venas
Ediciones Del Naranjo
Colección Rojo y Negro

En un taller literario, como hace veinte años, escribí un cuento "de miedo". 
Mi miedo provenía en ese entonces del ahogo de trabajar diez, doce, quince horas por día en una agencia de publicidad, mi profesión de tiempo completo en aquel momento. El cuento se llamó Horas extras y cuánto sería el miedo que terminé mutilando a un personaje.
El destino del texto fue un cajón por más de diez años, hasta que que lo resucité en otro taller. Ahora era independiente, había publicado un libro de poesía infantil, andaba en otros proyectos en prosa, así que luego de trabajarlo mucho decidí intentar con este.
Lo presenté a la primera editorial pensando con suerte en una antología. La respuesta fue "Nos gustó, tenemos una colección nueva en la que podría entrar, pero los libros son mucho más extensos, ¿tenés más?".
¿Tener más qué? La chica que nunca pudo terminar de ver enteras El exorcista o La profecía? ¿La que solo una vez en la vida fue al cine con una amiga a ver Candyman? ¿La que a los rituales de adolescente de ver pelis de terror en grupo, le costaban después las peores pesadillas?
"Tenemos dos libros para salir antes que este, tenés tiempo." me dijo Norma Huidobro, editora de lujo.
Yo, la que había leído a Poe y a Lovecraft, ya grandecita, en el profesorado, tenía un único registro de miedo como lectora, o más que miedo, inquietud, desasosiego... Había sido Quiroga con su almohadón de plumas y su gallina degollada y es pobre hombre picado de víbora, a la deriva. Eso quería lograr, si supiera, si pudiera...
A leer, a leer, a leer, a cruzarse con todo lo que inquiete, lo que muestre el camino. En esa tarea me reencontré con ese estado primitivo de alerta en la voz de Samanta Swcheblin. Leer y que la respiración resulte incómoda, moverte en la silla, necesitar cambiar de posición, tener que tragar, sin llegar a ser sed lo que se siente. Quiroga y Schweblin, linda vara, solo los nombres ya asustaban.
¿Sería posible? ¿Podría lograr un atisbo de eso? Esa pregunta fue el vector de dos años de escritura. 
La caída de la industria de la última época me dio mucho más tiempo aún y resultaron seis cuentos, tres breves, tres largos.
¿Lo habré logrado? El miedo es, finalmente, muchas de las veces incertidumbre.
La incomodidad que me produjo esta búsqueda, ahora vuelve potenciada en el temor de que al lector no le pase nada. No importa cuándo, no importa cómo, no importa cuánto, pero que algo le pase. 
Porque la literatura que me da miedo (si lo fuera) es la endeble, la que no hace bien ni mal, la inadvertida, la insípida.
El miedo, más antiguo que el amor, encontrará en cada lector su hendidura, pero ¿será mi miedo que escribe tu miedo que lee? 
Dejo aquí uno de los tres cuentos breves del libro, con los dedos cruzados para que "eso" pase.


La maquilladora

            Llegó a la dirección indicada a las seis en punto. Cuando el trabajo es a domicilio es importante la puntualidad, y bajo su dedo repicó un timbre anacrónico de campanario.
            La clienta ya la esperaba preparada y la recibió la madre.
            Odiaba el frío para trabajar. Antes que el delantal rosa se puso un chaleco de lanilla y preparó la mesita de trabajo que le habían dispuesto. Abrió el maletín, sacó la riñonera que apenas llegó a ajustarse a la cadera en el último orificio, en la que coleccionaba veinte años de brochas y pinceles. Chatos y redondeados, gruesos y finos, cortos y largos; dos décadas y siempre impecables, lavados cada diez días con shampoo y agua tibia, y una vez al mes sumergidos en alcohol por desinfección.
            La preparación de los materiales normalmente ya impresionaba a los clientes, pero como golpe de efecto desplegó como alas dos compartimentos del maletín, y rasante apareció la desfragmentación misma del arco iris, presentada en todas las texturas posibles, en polvo, cremosas y compactas.

            Empezó por las manos. Cuando abrió el quitaesmalte, el olor de la acetona venció al dulzor reinante de las flores que deberían haber llegado. Primero removió el esmalte rojo que la joven llevaba todo cascado y demasiado furioso para la ocasión. Los algodones descartados formaban capullos, desangrándose sobre la toallita blanca bien estirada sobre la mesa. Le pasó una lima ligera a las uñas para darle forma, aunque estaban cortas. Se esforzó con más quitaesmalte para sacarle el rojo desteñido que se había corrido hasta las yemas, y le dio dos manos de un blanco tiza cremoso, Luz de Luna N° 42, porque el nacarado ya era antiguo para una quinceañera. Sin preguntarle a nadie, decidió no ponerle el Revlon porque no se justificaba para una sola noche, pero sí un brillito y le hizo las francesitas, que siempre están de moda.

            Siguió con el pelo. Parece que la chica odiaba sus rulos y como hasta ahora no la habían dejado hacerse el alisado definitivo con formol, la madre autorizó la planchita. Tenía el pelo negro y grueso, y aunque lo tenía casi por la cintura, le hizo acordar a Blancanieves. Cuarenta y cinco minutos le llevó sacarle hasta el último rulo, y no voló una mosca en medio de los tirones. Logrado el lacio profesional, un batido en la coronilla con peine de cola nunca falla para centrar la tiara de perlas que le habían dicho que estaba comprada hacía meses para el día de la fiesta.

            Por último, el maquillaje. Ya había arreglado por teléfono con la madre cubrirle el tatuaje de la calavera del escote, y como la chica ya estaba vestida, tuvo que hacer unos buenos dobleces de papel tissue sobre el encaje del pecho, para que no se le manche.
            Una loción astringente en cara y cuello con discos de algodón, para eliminar impurezas. Luego, una base líquida para una cobertura ligera con una almohadilla de látex húmeda que corrija imperfecciones; aunque una piel joven siempre iba a ser una piel joven.
            Preparado el rostro, la luz estaba un poco baja para su arte, pero nadie le ofreció encender otras, así que comenzó. Apoyó la brocha de costado sobre el rubor, porque nunca se hace de punta; le dio el golpecito imprescindible antes de comenzar la aplicación, para retirar el excedente de producto, y deslizó en pómulos, nariz y mentón, para destacar sus rasgos en una noche donde todas las miradas iban a estar puestas en ella.
            Su toque final para el acabado de la piel era un polvo traslúcido, aplicado con el cisne que había heredado de su abuela.
            Para los ojos, toda su pericia debería centrarse en el sombreado. Le depiló y peinó las cejas con cepillo de pelo de pony, siguió luego aplicando un lila N° 35  en cada párpado superior y eligió un lavanda medio tono para los inferiores, que siempre transmite tranquilidad. Un rimel transparente, más arqueador de pestañas, y lápiz delineador gris para suavizar el efecto de sus párpados caídos.
            La boca iba a llevar sólo brillo indeleble Rosa Cristal para no tener que retocarlo.
            Una laca final en aerosol para asegurar todo el trabajo era el último paso y no escatimó producto en el acabado.
            Hemos terminado dijo dos horas después de haber llegado y la madre, casi descompuesta de la emoción, salió de golpe del cuarto, momento que aprovechó para sacarle a la modelo una foto para su book de trabajo.
            Con el mismo método que empezó, cerró uno a uno los cajoncitos del maletín, guardó peines, tijeras y pinzas, y con cierto orgullo le dijo antes de irse Quedaste hermosa.
            Salió a la calle, y aunque ya era de noche, el calor era insoportable. Se sacó el chaleco mientras esquivaba al que seguro era uno de los abuelos, que llegaba de traje y apenas sostenido por el bastón; sumándose a los grupos que empezaban a formarse en la vereda.
            Dobló la esquina pensando en comprar carne picada y que no le corrieran el delineador a la chica cuando le pegaran los ojos. Cruzó a la parada del colectivo pensando qué hacía para la cena, si pastel de papas o empanadas, y esperando que aguantaran bien los torniquetes de gasa que le había metido en la nariz, porque que iba a ser una noche larga.
            Pastel de papás o empanadas, igual dudaba el neón de la S, que aún intermitente, dejaba leer SALA VELATORIA.





jueves, 3 de octubre de 2019

¡Acá tá! La memoria aparece.

1er Premio Concurso "Historias de abuelas y nietos" de la Secretaría de Promoción del Empleo y Equidad de la Pcia. de Córdoba.






Aquí la introducción del poema ilustrado con el que acabamos de ganar junto a Magdi Kelisek este premio que nos llena de alegría y orgullo.


La memoria aparece.

¡Acá ta! es una respuesta. Es la segunda parte de un diálogo de este juego popular que traspasa el tiempo y las geografías. ¿Dónde está mamá?, ¡¡Acá táaaaa!! ¿Dónde está Pedro? ¡¡Acá táaaaa!!
¡Acá ta! es una contracción de ¡Acá está!, pero escrito todo junto es una orden: ¡acatá! o una amenaza ¡acátense! Desde 1976, quienes no acataron el gobierno impuesto por fuerzas militares fueron amenazados algunos y desaparecidos otros. Desaparecieron un día como en el juego, tras las manos, tras la manta, tras la tela. Desaparecieron un día tras un comando de tareas, tras un secuestro, tras una apropiación.
¡Acatá! y ¡Acá tá! se contradicen en una condición, “si no acatás, no estás”, pero este no es el final del juego. Según el desarrollo cognitivo, entre otras cosas el ¡Acá ta! estimula la memoria y a eso apelamos, a la construcción colectiva y permanente de una memoria viva que atraviese las generaciones.
Nosotras como autoras, como las madres, como las abuelas, acá estamos, desacatando con la imagen y la palabra. Desacatando con la literatura como instrumento que no desaparece. Que se vuelve presencia en la transformación de quien escribe, ilustra y fundamentalmente de quien lee. Desacatando, más presentes que nunca.


Verónica García Ontiveros - Magdi Kelisek


El libro, propuesto para primera infancia, se distribuirá en las Salas Cuna de la Provincia y será editado por la Editorial de la Universidad de Córdoba.

jueves, 13 de junio de 2019

Escritura y mediación, deseos encontrados.


Charla dentro del ciclo Encuentros Entre Palabras en el stand del Congreso Nacional, FILBA 2019.


Quería empezar ese encuentro, así, directo, leyéndoles un poema:

Hay gente que leyendo
se aleja de la costa
y se zambulle en un bote sin fondo.

Hay gente que leyendo 
contradice la ley de gravedad.

Una torre de libros 
es capaz de aplastarme 
aunque no se derrumbe
pero si en uno de esos 
yo me encuentro 
era ese el que importaba.

(…)

Una torre de libros 
puede caerme encima
pero el libro que importa
es ese al que entro pez 
y salgo pájaro.

(…)

Iris Rivera


Este es un fragmento de un poema de Iris Rivera, no lo escribí yo –me hubiera encantado-. Ella lo posteó hace unos días y el poema me encontró cuando estaba preparando esta charla, así que se lo pedí prestado, y maestra de muchos años, me dio su permiso generosamente para compartirlo con ustedes.
Lo elegí para comenzar porque contiene una visión, entre tantas, pero esta vez de un escritor, acerca de lo que un lector es, de lo que un libro es, de lo que la literatura es. Lo que con la literatura pasa.


Y esa visión, preocupación y posterior ocupación de un autor, puede expresarse como en este caso en una creación literaria, en belleza poética; puede convertirse en material teórico, ensayos, conferencias, ponencias en congresos; puede también convertirse en acciones que exceden la formas artísticas y académicas, y que son los actos de mediación propiamente dichos, donde un cuerpo, un mediador, toma un libro y se lo presenta a otro cuerpo, un lector.

Esto que digo, puede parecer una obviedad, si pensamos una lista prolija de posibles mediadores (digo prolija, porque no voy a incluir la lista espontánea y eterna de vecinos, tías, almaceneros, porteras, enfermeros, etc.). Decía, en una lista prolija de mediadores podríamos nombrar: a la familia, instituciones educativas, maestros, bibliotecarios, editoriales, activadores culturales, revistas especializadas, librerías, ferias del libro, encuentros con escritores -justo como acá, ahora- y precisamente se ve al escritor como mediador dentro de esta clase de encuentros.
El escritor lleva en estas actividades un rol de mediador implícito.
Y también se lo considera un mediador implícito en la promoción de sus propios libros: presentaciones, visitas a escuelas, firmas en ferias, entrevistas, etc.
La cuestión es cuando el escritor se propone ser mediador ampliando este círculo de su propia producción literaria.

La pregunta sería qué le pasa a un escritor cuando el deseo, la preocupación, la ocupación de que otros lean y hasta escriban es tan fuerte como el propio deseo de leer y de escribir, idealizado el “escribir” tantas veces como algo tan necesario como respirar.
Pensar un escritor que está dispuesto a ceder horas de escritura, de corrección, de trabajo para decirlo amablemente “nalga-silla”, que es el real trabajo de quien escribe, para dedicarse a capacitarse en mediación, en participar de programas de promoción de lectura, en actividades en distintos espacios, en poner el cuerpo para mediar.

Dos roles

Me interesaba contarles en esta charla mi camino entre estas dos actividades, no para relatar mi curriculum o una biografía, sino para compartir el proceso de cómo se presentaron estos dos roles en mi experiencia y especialmente para que cada uno pueda verse a sí mismo, quienes ya practiquen alguna o las dos actividades, o incluso puedan descubrir ese deseo, esa preocupación que pueda transformarse en acción.
En mi caso, ambas cosas, mediación y escritura, vinieron mezcladas, siguen mezcladas, definitivamente.
Mi primer oficio es el de redactora publicitaria; trabajo todavía como redactora free lance y por eso escribí desde siempre todo el santo día, pero no con fines literarios, sino institucionales y comerciales.
Como escritora mi camino no es muy distinto al de la mayoría, empezando por los diarios íntimos, hasta la poesía en la secundaria y seguido a eso los talleres literarios, pero cerca de los treinta me independicé laboralmente y eso me dio un bien muy preciado: tiempo.
Empecé entonces a estudiar el profesorado de lengua y literatura, al mismo tiempo que comencé un taller de capacitación con María Inés Bogomolny, que coordinaba en ese momento el proyecto "Leer es contagioso" del Plan Nacional de Emergencia Alimentaria, del Ministerio de Desarrollo Social, y que se desarrollaba en espacios comunitarios.
Ese fue mi primer contacto con la Literatura Infantil y Juvenil y también con la mediación, aunque ni supiera que era eso.
Ahí, en ese preciso instante, se me abrió un mundo, que hoy más de quince años después me aviva, así como un carbón cuando lo soplan, me emociona, interpela y lejos de ir agotándose, se expande y desdobla hacia múltiples e impensados lugares, como esta charla hoy.
En el taller de Leer es contagioso, explorábamos una caja llena de libros, que era la misma que iba a comedores, jardines, bibliotecas, hospitales y centros de salud, y que en ese momento yo no terminaba de dimensionar, en calidad de autores, editoriales, colecciones.  
Después de un año de trabajo formándome en ese espacio, no me quedé quieta, y como aún seguía con tiempo, busqué dónde implementar lo aprendido y por un contacto de mi hermana, que en ese momento era residente el Hospital Piñero, conocí a Marisa Snaidman, psicopedagoga e integrante del equipo de salud mental CESAC N° 14, en Villa Lugano.
Con ella creamos, planificamos y coordinamos  “Leer Tiene Turno”, que fue un Programa de Promoción de la Lectura y el Libro Infantil y Juvenil en Salas de Espera, dentro del Programa de Juegotecas en Salud.

El turno de leer

Los chicos junto a los adultos asistían a los turnos que tenían con los médicos y en la sala de espera funcionaba una juegoteca a la que sumamos una suerte de biblioteca con un armario lleno de libros que estaban en la institución, pero no se usaban.
Como suele ocurrir eran donaciones, mucha revista, enciclopedia, pero también había algunos tesoros. Yo sin tener la más mínima experiencia, los catalogué, o hice una lista, digamos, para saber qué había, agruparlos, arreglarlos, acondicionarlos.
Al principio el mueble que teníamos no estaba en el mismo lugar y los chic@s los tenían que venir a buscar, pero luego habilitamos otro mueble en la misma sala de espera y se podían servir.
Y además, también llevábamos nuestros libros, los de los integrantes del equipo.
Los libros eran para disfrutar junto a los papás o adultos que acompañaban a los pacientes. Desde el equipo también acompañábamos, pero la propuesta era propiciar el vínculo entre adultos y niños. No se podían llevar -salvo casos muy puntuales-, pero como muchos niños realizaban tratamientos prolongados y además asistían a la juegoteca, el vínculo de continuidad con los textos y el espacio era muy natural.
El programa se desarrollaba los miércoles por la mañana y algo muy importante -que tampoco yo dimensionaba en ese momento- era que luego del horario con los niños, hacíamos reunión de equipo para evaluar y registrar las experiencias, y ahondar en los títulos con los que trabajábamos. Qué nos gustaba, qué no, que nos había funcionado, qué no, y en esa interrelación seguir encontrando nuevos sentidos.

Hacer literatura más que enseñarla

Este programa duró tres años, que fueron los que yo duré en el profesorado, tres o cuatro años, a mi ritmo, porque en ese proceso me di cuenta que en vez de enseñar literatura quería hacerla, quería escribir. Ya la hacía o ya lo intentaba, pero el camino se veía más claro en la Lij.
Así empezaron los años de talleres Lij: la escritura, la escritura, la escritura; la formación, la escritura, la escritura, la escritura.
Y por si fuera poco, años después me interesó, además de escribir, intentar publicar, así que nalga-silla, nalga-silla, nalga-silla.
Más años y algún cuento en alguna antología y más nalga-silla. Y algunos cuentos en revistas y más tiempo y más nalga-silla y ganar algún concurso y más tiempo y más trabajo hasta un primer libro de poesía.
“Un libro con tapitas”, como dice una escritora amiga, Gabriela Vidal, y si bien fue un tiempo muy abocado a profesionalizar mi escritura, el deseo y la alegría de la mediación sucedía en simultáneo.
Porque ocurre que en medio de todos estos años también había tenido una hija, entonces vino esa relación con la literatura infantil que nos impone lo vital de los vínculos cercanos con los niños: el jardín, la escuela, la cooperadora, la biblioteca popular…

Coordinar talleres también es mediar

Y como si fuera poco o me sobrara tiempo, justamente a partir de la biblioteca popular donde colaboro, surgió la posibilidad de coordinar talleres de escritura.
En principio lo rechacé, uno nunca se siente preparado para esos pasos, pero me convencieron y ya van tres años, de coordinar un grupo en mi casa y en una librería especializada en LIJ, en capital.
Esta es otra gran actividad de mediación, aunque parezca inicialmente de escritura. Tomo la premisa que no inventé yo, y es que escribimos porque leemos, somos lectores que escriben y no al revés, escritores que leen.
Ya había pasado bastante tiempo y todo esto que comenzó casi sin querer (por el tiempo libre que me había dejado la publicidad), lejos estaba ya de ser algo espontáneo, con lo cual con colegas que estaban en situaciones similares de escritores-mediadores reflexionamos y escribimos sobre nuestras prácticas que fue otro gran paso de crecimiento y hasta nos animamos a exponerlas en las Jornadas de Jitanjáfora en forma de ponencia.

Mediar, mediar, mediar

Todo este camino que empezó con un Programa de promoción, se va cerrando o empieza a dar otra vuelta, al integrar como voluntaria Puente de Libros, Programa de promoción de lectura en contextos de encierro y espera, donde estoy trabajando desde el año pasado en el penal de Devoto con familiares, y prontamente comienza una instancia intramuros con los internos. El Programa está a cargo de Marisa Vidal Varela, también escritora, depende del Ministerio de Justicia y Derechos humanos y tiene algo en común con Leer es contagioso y Leer tiene turno, que son las permanentes instancias de capacitación pre y post encuentros, cómo, qué para qué, por qué, nos preguntamos todo el tiempo, y esto es algo fundamental, porque la promoción de la lectura tiene una parte de espontánea y de muchas buenas intenciones, que en la medida que la internalizamos, debemos complementar con capacitación.
Hoy participo en Puente de Libros, porque a Marisa Vidal Varela la conocí en Alija (Asociación del libro infantil y juvenil de Argentina), que es lo me que lleva a estar hoy acá, y con quien pensamos, creamos y promovemos las más diversas actividades de promoción y mediación de lectura, desde las más obvias y transparentes, hasta más complejas y articuladas con variados actores, como la Biblioteca del Congreso, por ejemplo.

Escritores tapas para adentro o tapas para afuera

Cuento toda esta historia mía, así muy condensada, porque hay un pensamiento que fui construyendo durante los años en que empecé a relacionarme con la LIJ y en la práctica de mi propia escritura, y es la idea de que un escritor puede pensarse como escritor de tapas para afuera o escritor de tapas para adentro.
El escritor tapas para dentro es el que escribe, y su tarea puede ser creadora, creativa, intensa, de una búsqueda estética, profunda y comprometida hasta el punto final de la última página. Eso es en sí mismo correcto, deseable, loable y para mí imprescindible.
Ahora bien, el escritor tapas para afuera es el que no considera su trabajo terminado en el punto final del libro, cuando lo cierra, sino el que trabaja por fuera en el rol de mediador, sea en su propio texto, en el de otros, en el acto de mediar, en el acto de formar, capacitar, más o menos formalmente, participar y cuestionar, sea a la literatura, a las instituciones, la industria, el mercado.
El escritor tapas para afuera se sale del centro, de su condición de autor, para correrse a los márgenes, para rodear, merodear, en un hacer en el que cuando media el protagonista es el libro. Una relación que pasa de “escritor a lector” como se promocionaba esta feria hace unos cuantos años que se decía “el libro del autor al lector” a una relación de “lector a lector”.
Ocurre que muchas veces el autor es puesto en un lugar de sapiencia, de poseedor de la verdad, sobre sus propios textos e incluso los de otros autores, géneros o la literatura en general. El acto de mediación conlleva ubicarse en un lugar de humildad, de respeto hacia quien recibe, bajarse del podio de autor para transformarse en un “pasador de libros” como dice Michelle Petit.
Esto, por supuesto, no se trata de juzgar si está bien o está mal ser escritor tapas para adentro o tapas para afuera. Se trata de lo que a mí como escritora me completa.
Porque me da tanto placer escribir. como pensar y propiciar el acercamiento a los libros y la lectura, como una posibilidad de que otros construyan sentidos para leer el mundo, como diría Graciela Montes. Pensar en que alguien disfrute tanto un libro como para querer haberlo escrito o más aún desear escribir un texto propio.

El encuentro con "ese" libro

Otra relación posible entre escritura y mediación es la idea de que en la vida de los escritores, los primeros encuentros con los libros, directos o mediados, suele remitir al momento mítico en que el escritor se hace escritor. Considero esa noción verdadera, aunque posiblemente un tanto idealizada, y fundamentalmente no menos real que el momento mítico en que alguien no lector quedará signado por una experiencia que torcerá su camino hacia la lectura.
En mi historia, el mediador emblema de mi vida fue mi papá. El tenía sexto grado, era un gran lector, socio del círculo de lectores, e hizo solo dos cosas para ser mi referente indiscutido, leer mucho él a mi vista y comprarme siempre que pudo libros de la colección Robin Hood.
Me los presentaba organizando búsquedas del tesoro, nunca más literal, porque me dejaba pistas bajo la almohada, tras los marcos, en los cajones, para llegar a encontrar ese premio amarillo oro. Así fueron, Mujercitas, Rosa en Flor, Bajo las lilas, Corazón, La soberana del campo de Oro, Tom Sawyer…y más tarde llegaron los rojos y azules de la colección Billiken y quién me iba a decir a mí que iba a publicar algunos cuentos en la revista.
Tener presente esa emoción que marcó mi infancia y marca hoy mi recuerdo es lo que también me lleva a repartirme, a ser una escritora incipiente, que se desdobla en mediadora según la ocasión. Porque propiciar esa transformación del lector que entra a un libro siendo pez y sale pájaro, como dice Iris en su poema, es la misma búsqueda del acto de escribir como movimiento, que propone María Teresa Andruetto, como camino para quien escribe y para quien lee.

Mediar es provocar en sus dos sentidos

Llamé a esta charla Escritura y mediación, deseos encontrados como una provocación, para que quien lo leyera se figurara una cosa o la otra, pero en verdad son deseos encontrados, no por opuestos, sino porque tanto la escritura y la mediación son haceres que buscamos y encontramos  o que muchas veces nos encuentran, como me encontró el poema del principio en el muro de Iris Rivera.
Y en mi propio andar, además de deseos “encontrados”, gracias al camino que uno viene transitando, son también deseos cumplidos. Muchas gracias.




1] Petit, Michelle. Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura. Fondo de Cultura Económica. México, 1999.



martes, 26 de marzo de 2019

De nostalgias, mujeres y muñecas.

Detrás de los cristales

Ángeles Durini
Silvi Hei
Ediciones SM
Serie Roja


Este verano me tapó la nieve. Una nieve de palabras leves y blandas, aunque todas juntas por momentos fueran una pared. La nostalgia, sea por tiempo, por distancia o ambos puede tener la dureza de metros de nieve aprisionados en el pecho. Y este es un libro que excava en la nostalgia, en la de Elvira que recuerda su vida desde niña, y en la de André, el joven francés que emigra desde los Pirineos en un camino de iniciación que lo trae a la Buenos Aires del novecientos.

La ciudad en esta historia es una protagonista más. Con una evidente investigación exhaustiva, es fielmente retratada, sin siquiera un vidrio de por medio. Estamos ahí, la vemos, la tocamos, la olemos, nos depositamos sobre ella y su acontecer como copos de nieve sobre sus tejados o adoquines.


Y si de protagonismos hablamos, tiene un papel principal Alfonsina Storni. Sí, la poeta figura en la historia como ícono de su época, que las mujeres del petit hotel de la calle Junín admiran con fervor, por su vida y por su obra. Y por si no nos alcanzara, casi todos los nombres de los capítulos del libro son un verso de su poesía, que hilvana el tono, respiración y musicalidad de toda la trama, en una intertextualidad que lejos está de ser ornamental.


En una época donde la mujer podría estar retratada como una muñeca, este papel solo se le destina a los juguetes que fabrica el tío del recién llegado. Solo las Mimis, Fufis, Mari Roses, permanecen quietas e impolutas. Las mujeres de Detrás de los cristales andan bastante adelantadas, se embarran, recitan, dudan. No resuelven siempre sus indecisiones, pero dudan. Eso lo ha heredado Elvira y también su hija.


Recuerdo perfectamente la nevada de 2007. Era un fin de semana largo y lo pasé entero estudiando Latín. La única e inolvidable distracción fueron aquellos copos.

Elvira vivió dos nevadas, aunque solo pudo ver la segunda. Yo viví la última, pero sí pude ver claramente la de 1918, gracias al detalle de una prosa exquisita. Lo que por momentos no resultó tan nítido fue el texto mismo, nublado de lágrimas, pero bueno, son agua al fin, como la nieve y como el mar.



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jueves, 13 de diciembre de 2018

Epifanías de fin de año




Epifanía 1
Cuando describo mis inicios en la literatura, incluso en la Bio de este mismo blog, siempre cuento que dejé el profesorado de Literatura en el Joaquín, cuando luego de varios años a mi ritmo, tuve una revelación: yo no quiero enseñar literatura, yo quiero escribir.

Era el 2006, ya trabajaba como redactora publicitaria y de eso vivía. Ya tomaba talleres literarios hacía años y ya me había contagiado de Lij de María Inés Bogomolny.

Así, el taller de adultos pasó a ser uno de Literatura infantil y juvenil, con el infinito manojo de llaves de Iris Rivera, y así pasaron otros casi diez años, algunas publicaciones en revistas, algún premio y hasta un libro publicado; cuando una compañera de la biblioteca popular donde aún colaboro, me pidió darle taller. 

NO.
No sé, no puedo, no estoy preparada.

Ya alguna vez mi hermana me lo había dicho, ¿por qué no armás algún proyecto? -todos sabemos que los familiares no son objetivos-.

NO.
Y la responsabilidad y el respeto y... 

NO.
No tengo tiempo, el trabajo, mi escritura, la vida...

Hubo un primer NO, un segundo NO, un tercero, pero la aspirante fue insistente y llegó un sí, chiquito, dudoso, aterrado. 

Epifanía 2
Empezamos las dos, en mi estudio, solitas, solas... y epa, segundo misterio: ¿dónde estaba eso que fluía en mi decir tan naturalmente?, ¿dónde estaban los gestos, las miradas, el análisis, sobre lo propio y lo ajeno? ¿qué era eso que excedía lo académico, lo teórico, en un nivel sutil que aún no me explico?

Así pasaron dos años más, y tomando seguridad en cada encuentro, fueron apareciendo más talleristas y más espacios. Todo fue creciendo a pedido y una vez alguien me preguntó si daba talleres virtuales. Entonces capitalicé la experiencia de esa modalidad que yo ya había tomado como alumna, y si bien no es lo mismo que un encuentro presencial, donde uno se mira a los ojos, este plano sutil que antes describía, en un punto sí traspasa la virtualidad, creando posibilidades para los que están lejos, los que no llegan, los que no pueden...

Epifanía 3
Y acá estamos, al final de este 2018, donde hace unos días me di cuenta que soy la misma persona que hace once años se dijo y anduvo diciendo "yo no quiero enseñar literatura". No es que sienta que ahora enseño, pero sí transmito, comparto el camino recorrido de mi propia escritura, en voz de Michèle Petit, Lo mío, lo tomo siempre de otras manos. ¿Cuánto serán los restos del profesorado? ¿Cuáles los de mi recorrido escribiendo? ¿Cuántos los de uno mismo? No lo sé, pero entre las preguntas aparece una nueva revelación, que si me lo decían hace poco, no lo creía. Ya no quiero -ya no puedo- dejar de hacerlo.