Cuando tenía 14, estudié un par de años teatro. La
muestra final era una puesta de Antígona, de Leopoldo
Marechal. Yo era de las más chicas del grupo y mi papel era el de una “Mariposa
de Noche”, una figura medio etérea, medio fantasmagórica, que entraba entre
cuadro y cuadro, y decía sus parlamentos.
El
programa de la muestra iba impreso y al momento de armarlo nos preguntaron si
alguien quería usar un nombre artístico, parece que además de cholulaje, hasta
cábalas hay al respecto
García,
mi apellido paterno, me resultaba muy común, muy corriente, y elegí cambiarlo.
Ni se me ocurrió completarlo con mi apellido materno, Ontiveros. García
Ontiveros, que queda bastante bien, hoy creo. Verónica Sweltch creo que me
puse, ya ni recuerdo cómo se escribe, apenas cómo suena, y menos dónde pudo
haber quedado ese programa, entre diarios íntimos, entradas guardadas y frases
de agenda.
A la
salida de la obra mi padre me llamó a un costado con el programa en la mano.
Estaba notoriamente afectado por el cambio de apellido. Hasta que partió hace
unos años, me lo recordó cada vez que pudo, con una tristeza crónica más que
enojado.
Tal vez
esa inconciencia adolescente sea hoy una guía. Cómo respetar la identidad,
buscar la voz propia en la vastedad de la LIJ, una literatura infantil y
juvenil que aún nada contra la corriente de ser entendida como literatura menor
para menores. Cómo aspirar a una obra que trascienda. Cómo escribir un cuento
de princesas o un poema de dragones, que no sea un García en la lista
telefónica.
García
es una perfecta analogía. García puede ser igual que princesa, dragón,
superhéroe o dinosaurio; en la infinita producción de libros infantiles y
juveniles, que lejos están de ser literatura.
Cómo
hacer con lo mismo algo distinto. Algo personal, que proponga una lectura
también personal, propia.
Esa es
mi búsqueda, y advierto al lector que cada vez que encuentre mi nombre al final
de un texto, tapa o índice, no encontrará en él singularidad. Y si el propio nombre no ayuda a lo singular, doble el
esfuerzo para que se lo reconozca a uno en su obra.
Es una linda anécdota, conmovedora, para un cuento, o el principio de una novela. García, o como ser Sweltch sin dejar de ser García.
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